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Caminante, no hay camino...



Hace años, cuando estudiaba Fruticultura e Hidroponia en nuestra magna casa de estudios, me enamoré de la Reserva Ecológica de la UNAM. Una serie de senderos la recorren para placer y disfrute de alumnos, maestros, invitados y curiosos. Siendo de libre acceso, me sorprendía que casi nunca encontraba a otras personas. Hace más de veinte años, aquel paraíso inspiró la creación de nuestro modesto “Sendero Ecológico” en Huerta San José. Claro, nuestro terreno es aproximadamente un 0.000001% de lo que ahí veía, pero por algo se empieza.


Por algo se empieza. Los planes se conciben en la cabeza, y de ahí pasan lentamente a la realidad, por lo general con muchos más cambios de los que pudimos imaginar. Una vez que decidimos qué área destinaríamos a este proyecto, comenzamos trazando los primeros pasos con unos fresnos que crecían en sitios impertinentes. El fresno es un árbol hermoso, grande y robusto, que tiene unas raíces acordes, capaces de levantar muros, destruir cimientos y perforar tuberías, por lo que no es conveniente plantarlo cerca de una construcción. Una de sus características es su fácil reproducción, gracias a las semillas que esparce generosamente tras su floración. [1] El problema es que estas semillas con frecuencia germinan justo en la esquina que forman los muros y el suelo. Y ahí se daban con enjundia cuando la casa estaba a punto de ser habitable. Lo que hacíamos entonces era simplemente trasplantarlos a lo que en el futuro sería nuestro Sendero.



Calculo que habremos trasplantado unos ocho arbolitos, cuatro a cada lado del camino, que entonces tendrían alrededor de un metro de altura. Como dice la canción “al llegar la primavera, abonamos bien la tierra y lo cubrimos de agua”. Lo de la barrera con trocitos de madera ya no hizo falta. Sobre la forma como nació y creció este sendero hablé ya antes en un par de blogs, que te invito a releer, pero para continuar con el tema que nos inquieta hoy, quise recordar esa sensación de comenzar un camino sin saber a dónde conduciría.



En el blog anterior reflexionábamos sobre el momento de quiebre que estamos viviendo, y la necesidad de replantearnos hacia dónde nos dirigimos. ¡Qué pregunta más difícil! Imagina esta conversación entre un taxista y una pasajera:


– Buenas, seño. ¿A dónde la llevo?

– Mire, al Centro no quiero ir.

– Perfecto ¿A dónde quiere ir?

– No se vaya por avenidas grandes. Hay mucho tráfico.

– Bien, calles laterales. ¿A dónde?

– Que no sea una zona muy comercial, porque por ahí es muy lento… y tampoco por donde hay escuelas…

– Sí, señora, pero ¿a dónde quiere ir?

– Lo que sí sé es que no quiero ir lejos.

– ¿Entonces quiere ir aquí cerca?

– Sí…

– ¿A dónde?


Vamos así por la vida, teniendo más o menos claro lo que ya NO queremos, pero sin saber bien a bien qué buscamos. Necesitamos un cambio, pero nos cuesta trabajo definirlo, y con facilidad nos engañamos a nosotros mismos. Si preguntamos fuera, en la familia, en el trabajo, en las redes, en los foros políticos, en las manifestaciones, percibimos esa urgencia por dejar atrás y construir lo nuevo. En los últimos meses lo he escuchado muchas veces, me encuentro a mí misma ante esta disyuntiva, y así lo constatamos en estos primeros ejercicios de reflexión en la Huerta.



A las puertas de la Pandemia, hace precisamente tres años, tuvimos una reunión con un grupo de amigos, para conversar sobre nuestra vida emocional, social y espiritual. [2] No teníamos idea entonces de lo que nos esperaba, pues se trataba de una experiencia planeada mucho antes de la tragedia de salud que se nos vino encima. La intención era ver hacia adelante, pero en esa ocasión comenzamos por preguntarnos “¿dónde estoy hoy?”, lo que llevó a un interesante recorrido por el pasado de cada uno, que más o menos explicaba cómo habíamos llegado hasta ese momento.


No pasamos de ahí.


Sin esa mirada retrospectiva no es posible ubicarnos en el hoy, y mucho menos definir un mañana. Tampoco se trata de ese ejercicio sadomasoquista que se da a veces en el diván del psiquiatra, en el que podemos pasar años regodeándonos en nuestros dolores infantiles. La idea es tan solo identificar el origen para poder corregir el rumbo. El origen de nuestra situación personal o la del barrio, el país o el mundo.



Después del blog anterior recibí muchas respuestas de personas interesadas por participar en esta nueva aventura. La intención es tener pequeños ejercicios de reflexión en grupo que nos permitan definir un nuevo rumbo, ya sea a nivel individual, grupal o global. Para ello hay que comenzar por el principio, plantar un par de arbolitos que señalen el punto de partida y continuar a partir de ahí. Como lo decía el poeta español: “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”. Desde antes de anunciarlo, la agenda comenzó a llenarse. ¡Qué alegría! ¡Cuánto agradezco la respuesta!



Esta noción de un "Nuevo Renacimiento" se va convirtiendo en un leitmotif que apela a la reflexión. Y precisamente con la intención de hacer una revisión, releí un par de blogs publicados hace ya tiempo que me gustaría invitarte a releer ahora, tan solo para recordar un poco el origen de este andar común. Dejo aquí las ligas:


"Los caminos de la Huerta"




"Si un camino se corta"






[1] Las “flores” del fresno no son propiamente tales. Se les conoce como amentos y cuelgan de las ramas en un tono verde limón bellísimo. Te invito a buscarlos. [2] Por “espiritual” entiendo mucho más que religión, favor de no confundir. No son excluyentes, pero no son lo mismo.



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