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Pasos que dejan huella.




“Vengo a recoger mis pasos”, dijo doña Alicia hace varios años, una de tantas veces que vino a visitarnos. Desde entonces sentía acercarse el final, y recorría su senda, recuperando recuerdos, experiencias, abrazos, sabores, quizá con la idea de que sería su última visita. Por fortuna, a la Huerta regresó muchas veces más. Y es que fueron tantos los pasos que había dejado por aquí que marcó todo un sendero donde aún se aprecia el aroma de su sabiduría, su prudencia y su cariño.


Huerta San José es un espacio que deja huella. Es éste un concepto central de nuestra filosofía, y quienes nos han visitado pueden atestiguarlo. Todo aquél que ha venido se lleva un recuerdo en el corazón y deja aquí su propia huella.


Entre quienes nos han hecho el honor de formar parte de esta comunidad, hay personas cuya huella es particularmente significativa. Son vidas que sirven de inspiración, que trascienden y se convierten de alguna manera en emblema de lo que queremos formar.


Es el caso de doña Alicia, la querida chica Enríquez.



No era mujer de una sola pieza. Porque estaba integrada por un millar de sorpresas, maravillas, ideas originales, actos valientes, congruencias incuestionables, humor y profundidad, unidos en una apariencia de sencillez que sólo se logra cuando se tiene claro quién es uno y lo que busca. Una complejidad tan intensa, tan completa, que lo abarca todo y se convierte en una unicidad íntegra, especial, inolvidable.


Poseía una mirada profunda, inteligente y amable; una sonrisa que hacía innecesarias las palabras. Doña Alicia no decía te quiero: lo demostraba con hechos, con gestos, con su presencia.


Aún así, en cortito, con discreción, nos deleitó con la historia de sus recuerdos, que por nada llegaron al siglo. Vivió grandes retos, y sin embargo no recuerdo haberla escuchado quejarse jamás. No toca aquí contar su vida, porque, apasionante como fue, esa tarea le corresponde a su familia. Pero tuvimos el honor de convivir con ella lo suficiente para conocer, de manera fronteriza, algunas riberas del cauce de su vida.



Compartió con nosotros la pasión por las miniaturas y la admiración ante lo grandioso. Nos enseñó a apreciar el valor del detalle y a seguir los cánones que facilitan la convivencia, sin hacernos esclavos de las formas. La mezcla perfecta entre el rescate de la tradición y la acogida a lo nuevo, que le permitió tener cerca a cuatro generaciones pendientes de ella.


Madrina de los chiles en nogada, se convirtió en jurado para cada ocasión. Nunca despreció un postre, porque sabía apreciar el dulce de la vida con la sencillez de un “gracias”. Recuerdo que en una ocasión me acerqué a ella para ofrecerle un plato de galletas surtidas, y se me ocurrió comentarle que unas en particular no estaban tan buenas como las demás. “¿Y entonces por qué me las ofreces?”, me dijo, con esa asertividad que la caracterizaba. Decía lo que pensaba sin ofender jamás.



“Vengo a recoger mis pasos” dijo hace ya muchos años. Y siguió viniendo una y otra vez, sin dejar pasar ninguna oportunidad. Vino muchas veces, cada vez con menos fuerza, pero siempre con el mismo espíritu. Fuimos afortunados, porque cada vez que volvía, dejaba nuevos rastros en el surco que su compañía iba formando. Dejó huella en todos aquellos que la conocimos y hoy puedo sentirla buscando esos rastros en mi propio corazón. Ya sin necesidad de desplazarse, de hacer cita, de llamar o escribir en una de esas tarjetas tan coquetas que conserva en su museo. Porque habita en el corazón de cada uno de nosotros, y de ahí no se irá nunca.



Conservó la dignidad hasta el último día, y se fue en paz, elegantemente como era ella, pero aún dejó aquí pasos sin recoger. Honraremos su huella con amor hasta que nuestros caminos vuelvan a unirse.


Gracias a toda la familia de la chica Enríquez por habernos compartido el deleite de su existencia, de la que derivan hoy tan entrañables amistades. Gracias por abrirnos el corazón y permitirnos gozar de esta ruta en la que juntos hemos ido trazando huellas inolvidables.


Última visita de doña Alicia a Atlixco

Una última petición: ¡Alguien ya cálleme, por favor!












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