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Una tímida primavera





Ayer llovió por fin. Unas cuantas gotas, de esas que en la ciudad ensucian los coches y en el campo levantan bochorno. Pero llovió al fin.


Un rato antes, un par de críos jugaba en el jardín correteando mariposas, bajo un sol calcinante impropio de la estación.  Pero sí, aunque el sendero siga seco y las tolvaneras castiguen los ojos, la primavera está aquí.



Una primavera extraña, pensaba yo. Demasiado cálida y muy poco verde, pero primavera al fin.

Las abejas a todo, los conejos paseándose impunes ante nuestros ojos, y las mariposas revoloteando como en película animada de mil infancias atrás.


A mi lado, un amigo de antaño, de cuando nuestra propia vida era primavera, mirando pasar la vida con la profundidad y el cinismo que da la edad.


Entonces los críos logran atrapar una mariposa pequeña, de un amarillo imposible, cuyo linaje desconozco pero que seguro el señor Lineo y otros muchos naturalistas decimonónicos tendrían clavada con un alfiler. La ciencia a veces necesita ser cruel. Y los niños lo son sin querer.



Mientras el pequeño lepidóptero (guiño para mis amigos biólogos) padecía a manos de aquellos dedos juguetones, la sabiduría de mi amigo brotó  con una naturalidad que parecería ha venido cargando de siempre. Seguro echaré a perder la metáfora, porque sus palabras exactas escapan de mi memoria, pero intentaré trasmitir el mensaje, o al menos su esencia, aunque no logre la poesía de su alma sensible. Aquí va:



La relación entre las personas demanda del respeto y la delicadeza de dos manos que sostienen una mariposa viva. Sin presión, la mariposa escapará,  pero si se aprieta demasiado fuerte, sus finas  alas se romperán. Si cada mano tira en dirección opuesta, la mariposa morirá, y para esto no hay remedio. Solo el amor, el respeto y la fina intuición pueden mantener ese delicado equilibrio que es la amistad.



A los niños les queda mucho por aprender, y lamento reportar que la mariposa pereció en su juego.



Pero a mí me queda el sabor dulce de los frutos y la miel que me regalan todos los polinizadores de la huerta. Y el agradecimiento infinito a los incontables amigos que, desde mi primavera y hasta mi mediana (¿avanzada?) edad, han querido llevar entre sus manos la mariposa de nuestra relación  con la finura perfecta , haciendo que perviva hasta hoy.


Los amigos son, en la vejez, la primavera que promete la renovación, la calidez, la paz.






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