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El mito de la Miel y las Abejas



El Olimpo se preparaba para celebrar la boda de Zeus y Hera, los más grandes dioses que habían existido y existirían. Dioses, semidioses, humanos y animales se prepararon durante semanas para la gran celebración. Para mostrar su magnanimidad y agregar emoción a la fiesta, Zeus propuso un reto: Aquél que presentase el mejor de los platillos para el banquete podría pedirle cualquier favor.

A la agitación de los preparativos se añadió así una actividad febril por parte de mortales e inmortales.Los platos más originales y exquisitos fueron preparados y presentados en las mesas de fiesta que para dicho fin se habían dispuesto. Todos los sabores y aromas estaban presentes, decorados con el más fino gusto, y la inquietud entre los participantes era evidente.

Se llevó a cabo la ceremonia, cumpliendo con todos los rituales, incluidos cantos y discursos; los novios fueron ungidos con aceites aromáticos y coronados con flores. Los presentes aplaudieron y finalmente dio inicio el banquete.


Ante la nerviosa mirada de los concursantes, Hera y Zeus se pasearon por las mesas, probando cada uno de los platillos que sus súbditos habían preparado para la ocasión.


De pronto, la mirada de Zeus se detuvo ante una pequeñísima ánfora sin decoración alguna, que contenía una sustancia ambarina, pegajosa y densa. Metió su gordo dedo índice al ánfora que había llamado su atención y luego lo llevó a su boca. Al ver la expresión de su rostro, Hera pidió una cuchara y probó… (Los dioses pueden meter los dedos donde quieran y chuparlos todo lo que quieran, pero la reina era muy propia).




Se hizo el silencio total. Los concurrentes abrieron los ojos y la boca. Los dioses se miraron; Zeus y Hera asintieron: habían encontrado al ganador.

“¿Qué es esto?”, preguntó Zeus.

“Es miel”, respondió una vocecilla zumbante por ahí. Zeus y Hera buscaron a su alrededor, hasta que un pequeño insecto peludo y gordo revoloteó frente a sus ojos.


“¿Qué has dicho?”, inquirió el dios.

“Es miel, señor”, respondió aleteando, incansable, el animalito.

“¿Y quién eres tú?”, preguntó Hera.

“Me llamo Melisa”, dijo ella, abriendo aún más sus enormes ojos.

No hizo falta decir más. Habían encontrado al ganador, y así lo hicieron saber.

“Soy un dios y cumplo mis promesas”, sentenció Zeus. “Puedes pedirme cualquier favor”

La abeja sin tener que pensarlo mucho, pidió:

“Quiero, oh gran señor, un veneno mortal, como el que tienen la serpiente y el alacrán”.

“¿Qué has pedido, insensato?” Bramó Zeus. “¡Cómo puede un ser que produce un alimento tan delicioso pedir semejante maldad! ¿Qué clase de insecto eres?”

“Soy una abeja, señor. Y lo mío no es maldad, ¡es necesidad!”

“¡No te daré un veneno mortal! Prometí que el ganador podría pedirme un favor, mas no prometí que lo concedería”, gritó Zeus, y nadie se extrañó; todos conocían los cambios de humor del dios y sus trucos para faltar a su palabra cuando no le agradaba la idea. Pero esta vez Hera estaba junto a él, y acababan de casarse…

“¿Para qué quieres el veneno?” preguntó Hera prudentemente, a lo que Melisa replicó:


“¡Para defender mi casa! Veréis, mis señores, para preparar este manjar que os he ofrecido debo volar por horas de flor en flor, recogiendo su néctar desde que sale el sol hasta que se esconde. A veces he de volar grandes distancias para encontrarlo, y aún así sólo consigo una pequeñísima cantidad para llevar a casa. Ahí dentro trabajo aún más para convertir este néctar en miel. Producir una cucharada nos demanda, a mí y a 10 compañeras más, trabajar toda nuestra vida. El problema es que su aroma y su sabor atraen a muchos saqueadores, que roban el producto de nuestro esfuerzo con una sola lengüetada, y nosotras no podemos más que zumbar con todas nuestras fuerzas para asustarlos un poco. Necesito un arma para defender mi colmena, señor. Disteis al escorpión un aguijón mortal, y a la serpiente una mordedura venenosa, y sin embargo ellos no hacen más que tumbarse al sol. Dadme, señor, un arma similar contra quien se atreva a robar mi preciado tesoro”


A Zeus seguía pareciéndole que el premio solicitado era excesivo, por lo que respondió:


“¡Un talento como el tuyo debe ser compartido! Pero, puesto que he dado mi palabra, te concederé, no sólo el arma que me ofreces, sino un ejército que te ayude en tu labor. Serás la reina de una colmena entera, y todo un enjambre llevará el néctar hasta tu casa…”


Cuando Melisa ya comenzaba a revolotear emocionada por su triunfo, Zeus continuó:

“… Pero…” Las alas de Melisa se plegaron y casi cae al suelo paralizada de miedo. "Tu petición me parece mezquina”, continuó Zeus. “No te concederé la muerte de aquel que tome tu miel; tu arma será un aguijón, solo potencialmente fatal, pero que producirá tan grande dolor que todos temerán acercarse a tu panal.”

“Es todo lo que necesito”, dijo Melisa humildemente


“¡No he terminado!”, bramó Zeus. “Tendrás tu aguijón, pero morirás tras picar. ¡Tú y las de tu especie!”


Melisa sintió cómo de su abdomen surgía una larga y afilada lanza, que terminaba en una pequeñísima y retorcida púa. Cuando esta púa penetra en la piel de su víctima, queda enganchada en ella, de modo que, al alejarse del intruso, dejaría ahí su aguijón y todas sus entrañas en el esfuerzo por liberarse, convirtiendo así su aguijón en un arma suicida, y su picadura en el último recurso de defensa.

Viendo Zeus que el castigo era severo, y que el manjar era en verdad delicioso, decidió bendecirlo convirtiéndolo en el alimento de los dioses: “Esta miel nos alimentará por toda la eternidad. Y aquel que coma no envejecerá ni morirá”.


Desde entonces, la miel es el alimento de los dioses, conocido como Ambrosía; la abeja trabaja en comunidad para producirla, y su picadura es mortal… para ella.


* * *

Melissa sigue siendo el término para “abeja”, perteneciente al orden de insectos himenópteros, que en griego significa “alas de boda”. Y el nombre de aquella miel bendita fue Ambrosía, alimento de los dioses, cuyo significado es “inmortalidad”.

Las propiedades alimenticias y curativas de la miel son infinitas, los textos sagrados de todas las religiones la mencionan, y es el único alimento conocido que no se descompone jamás.








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