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Hecho a Mano

  • 17 nov 2020
  • 3 Min. de lectura

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En nuestro mundo post-moderno, la expresión “hecho a mano” tiene una connotación de valor que la revolución industrial despreció por años. Hecho a mano significa exclusivo, bien hecho, cuidadoso, fino… La disposición de tiempo que la licuadora y la máquina de coser habían significado para la “mujer liberada”, pretendieron dejar atrás una tradición milenaria que se negó a morir.

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Más allá de la apreciación económica de los productos elaborados manualmente, la actividad misma de producción artesanal proporciona un remanso de paz que se pierde en la carrera de la vida cotidiana. El placer de caminar al huerto, cosechar cebolla, chile y jitomate, y regresar con la canasta cargada para hacer una rica salsa mocajeteada que acompañe las tortillas hechas en casa no tiene comparación. ¡Con aguacates cultivados en la huerta, por supuesto!





En Huerta San José nos gusta lo hecho a mano. Cosechamos manualmente la lavanda, la picamos a mano, bordamos y cosemos los sachets y cojines a mano, preparamos las mermeladas a mano… También preferimos consumir lo hecho a mano. Hace tiempo que las tiendas departamentales nos perdieron como clientes, pues preferimos los bordados oaxaqueños o chiapanecos a las blusas de marca, los rebosos de Santa María a las chalinas italianas, los recipientes de barro y cerámica de Talavera a los refractarios de cristal templado y los vasos de vidrio soplado a los de Liverpool. Todos estos objetos de uso diario nos proporcionan una sensación de intimidad, de cercanía, de sentido e individualidad que se pierde un poco en la producción industrial.


No se trata de manera alguna de despreciar el progreso. No nos transportamos en carreta jalada por caballos ni nos alumbramos con velas. Es simplemente una preferencia que nos ayuda a distanciarnos de la prisa y nos proporciona la satisfacción de la cercanía, la sensación de una humanidad que está presente, aunque no esté cercana.

En los tiempos que corren, prisa es lo que menos tenemos. Tal parece que el tiempo se ha detenido, que el mundo está en pausa, y la proximidad de los otros nos hace una falta asfixiante. Hay valientes que están celebrando bodas y entierros como si nada nos amenazara; hay circunstancias que obligan a muchos a reincorporarse a sus actividades habituales para satisfacer las necesidades más elementales. En el campo no tenemos entrega a domicilio, pero gozamos del privilegio de disminuir el ritmo y consumir lo que producimos en casa, decidiendo que el aislamiento prudente es una decisión acogida con amor y no una imposición externa. Hay tiempo para hacer las cosas a mano y disfrutarlas.

En las grandes plantaciones de lavanda en Europa, la cosecha se realiza una o dos veces al año, con grandes máquinas que, a la vez que recogen la flor, la van picando y dejando lista para su proceso en enormes alambiques de acero inoxidable. Nosotros no podemos darnos ese lujo. Ni nos cabe una máquina ni lo que producimos justificaría el costo de adquirirla. Nos tardamos mucho más, pero a cambio disfrutamos la tarea con amor, inhalando profundo el aroma embriagante, eligiendo cuidadosamente las flores que han de cortarse y las que deben aún dejarse madurar, evitando el estrés de la planta y atando con calma cada ramillete, para llevarlo a secar a la sombra, donde se tomará su tiempo. Hay cosas que no se pueden acelerar.

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Como la circunstancia tan particular que vive la humanidad en estos tiempos. Escuchamos el hartazgo que esta pandemia está ocasionando y, aunque nos defendemos del virus, no siempre es posible evitar el contagio de los sentimientos corrosivos que lo están acompañando. No sabemos qué vendrá después, pero a mí me gustaría aprovechar la pausa para elegir cuidadosamente los hilos y bordar con delicadeza y paciencia la vida que quiero tener cuando todo esto pase.

Hoy quiero hacer unas pacholas, esos bitecitos que se preparan moliendo lenta y pacientemente la carne, la cebolla, el perejil en el metate de las abuelas de pueblo que se levantaban temprano para triturar en él el grano del maíz que se convertiría en tortilla. Quiero hacer pacholas, les decía, pero no tengo metate. Voy al mercado y regreso. Despacio, con calma, sin prisa… disfrutando cada paso.


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