La esperanza durante el solsticio de invierno
- 22 dic 2020
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Solsticios y equinoccios hacen referencia a la posición de la Tierra con respecto al Sol que, en conjunción con la inclinación del eje terrestre, dan origen a las estaciones. El conocimiento de estas alternancias era dominado por los hombres mucho antes de vivir en civilización, pues de ello dependía en buena parte su subsistencia. Vinieron después los científicos (astrónomos, magos, adivinos, chamanes, físicos…), en la versión de cada una de las culturas, y lo pusieron por escrito, ya fuera con dibujos o palabras.

El solsticio de invierno marca el momento en que la duración de la noche comienza a ampliarse. No es la noche más larga, sino el tiempo en que los días comenzarán a ser más cortos. El hombre primitivo sabía que, a partir de esa fecha, vendrían los días difíciles, la oscuridad, el frío, la escasez. Había que sobrevivir al invierno, y para ayudarse, además de las previsiones de acopio de víveres y leña, acudían a las deidades que les representaban la esperanza.
Todas las culturas han celebrado el solsticio de invierno con una fiesta religiosa. Para los egipcios, Isis, la reina virgen de los cielos, daba luz a Horus, dios del Sol. Lo mismo ocurría entre los aztecas, para quienes Coatlicue, igualmente virgen, paría a Huitzilopochtli gracias a la intervención divina. Persas, fenicios, sirios y romanos tenían celebraciones similares. Todos festejan la esperanza en que las tinieblas serán derrotadas por la luz.
Los romanos celebraban la fecha en honor a Saturno, de donde viene el término “saturnalias” para referirse a la fiesta, que duraba más o menos una semana. Y así lo hicieron durante siglos hasta que, en el año 325, el emperador Constantino, quien se había convertido al cristianismo, hizo coincidir la celebración con el nacimiento de Jesús. Los caprichos calendáricos y las correcciones que hicieron astrónomos y papas hicieron que, en ese año en particular, el solsticio de invierno cayera en el 25 de diciembre “del año del Señor…”, y desde entonces esa es la fecha en la que la humanidad entera celebra tan importante evento. Y digo la humanidad entera porque la Navidad hoy se festeja en todo el mundo, independientemente de la fe que se profese.
Excesos comerciales aparte, la Navidad es una fiesta de esperanza, y por eso ha sido acogida por cristianos, budistas y maoríes. Me he atrevido a decir que el relato del nacimiento de Jesús es una leyenda porque no existe evidencia histórica alguna del hecho, y las referencias que constan en el Evangelio son más simbólicas que otra cosa. En este blog he querido ser muy respetuosa de las creencias de cada uno, pero hoy viene a cuento hablar del mito que nos lleva a intercambiar abrazos, regalos y buenos deseos, a decorar las casas y celebrar comidas espectaculares.

De los cuatro evangelistas, sólo dos mencionan el nacimiento de Jesús, y sus relatos no coinciden. Mateo habla de la concepción, el sueño de José y la visita de los magos. Lucas relata el traslado a Belén, el alumbramiento en un “pesebre” y la visita de los pastores. Todo lo demás lo ha ido agregando la tradición. La intención de ambos autores no es ofrecer datos históricos, sino simbolizar los valores que representa el hecho: Marcos subraya el cumplimiento de las escrituras (Jesús es el Mesías prometido) y Lucas la sencillez de su origen, la intimidad del suceso, el destino de su mensaje, dirigido a los pastores, es decir, los más pobres, los rechazados por la sociedad, los necesitados. Al igual que las fábulas, las parábolas o las tragedias griegas, estas historias buscan solamente eso: dejar un mensaje, señalar un valor, orientar una conducta en bien de la humanidad.
¿Por qué entonces las tragedias griegas y las fábulas quedaron confinadas a la literatura mientras la historia del nacimiento de Jesús se convierte en una fiesta que celebra el mundo entero, trascendiendo fronteras, credos y temporalidad? Este blog habla de la Naturaleza, incluyendo la “naturaleza humana”, que nos pide celebrar la vida. Dejemos el análisis de los “por qués” a los pensadores, sean teólogos, sociólogos, antropólogos o economistas. Yo prefiero quedarme con la esencia del mensaje.

Hoy la Humanidad está en la puerta de un largo y difícil invierno. La noche oscura da miedo, tenemos frío, nos sentimos solos. Vivimos el dolor y la tristeza en carne propia y, cuando más lo necesitamos, no podemos abrazarnos. Hoy todos somos esos pastores para los que el mensaje de esperanza es vital. La Naturaleza, como siempre, tiene cosas que enseñarnos en estas circunstancias. Los osos cierran los ojos y duermen, hibernan hasta que el calor retorna. Los árboles pierden las hojas para disminuir sus necesidades nutricionales y resistir el temporal, los frutales necesitan “horas de frío” para ser productivos en la siguiente temporada… Los seres humanos requerimos a veces de escenarios extremos que nos obliguen a detenernos, reflexionar, redirigir nuestros pasos. Tengo fe en que el aislamiento me dará la oportunidad para todo ello.

Y sin embargo, siempre existe la luz al final del túnel. Para los aztecas, cada 52 años temían que la oscuridad significara el fin de los tiempos, y celebraban el nacimiento del nuevo sol destruyendo la cerámica del ciclo anterior y construyendo nuevos templos sobre los ya existentes. Los celtas encendían grandes fogatas que iluminaban la noche y generaban calor. Los “Magos de Oriente” se guiaron por una estrella que les indicaba el camino. Todas las culturas celebran la noche del nacimiento de la luz, la fecha en que las tinieblas son derrotadas por la luz. Pero hay que sobrevivir al invierno, a la noche larga y oscura.
La cultura nos ha enseñado a ver en esta estación paisajes blancos, celebraciones familiares e intercambio de regalos, pero hoy todo ello representa peligro. A las epidemias estacionales de siempre se suma la peor pandemia en la historia de la humanidad, que nos ha hecho despedirnos de tantos seres queridos y padecer angustias que no conocíamos. Esto hará de nuestra Navidad una celebración diferente: a la distancia, sin posadas, villancicos o intercambio de abrazos. No es el miedo lo que nos detiene, sino la prudencia, el amor y el respeto por los demás. Pero no deja de ser triste.

Aunque existe otra manera de verlo. Si el mensaje de la Navidad es de esperanza y amor, el día de la fiesta es completamente intrascendente. Constantino, hace mil setecientos años, decidió celebrarlo el 25 de diciembre. Nosotros, que hemos cambiado tantas cosas a través de los siglos, podemos hacerlo el día que más nos convenga. Esta idea me ha hecho descubrir cuántas de mis creencias pueden ser revisadas y replanteadas.

Estamos terminando un ciclo en la humanidad. Hoy es la noche más larga, hace frío, estamos solos… Rompamos la cerámica vieja. La esperanza de una nueva vida depende de nosotros, de la fe de cada uno, pero también del esfuerzo, individual y colectivo. Hemos atestiguado milagros, como descifrar el código genético y desarrollar una vacuna en tiempo récord. Digo “hemos” en primera persona, porque éste es un logro de la humanidad entera. Se acabó el tiempo de los individualismos. Estar aislados tanto tiempo nos ha permitido darnos cuenta de que necesitamos de los demás.
Hay una estrella que nos guía. ¿Cuál es la mía? ¿Cuál es la tuya?






















