top of page

Quedarse quieto

  • 12 may 2020
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 30 mar 2021


ree

Dicen que si quieres hacer reír a Dios, debes contarle tus planes. Y yo creo que Dios se divierte mucho conmigo, así que, en esta ocasión, me voy a permitir hablar en primera persona y compartir una experiencia personal.

Hace apenas una semana comenzábamos un nuevo proyecto, consistente en la identificación de especies endémicas y nativas de Huerta San José. Habíamos decidido limitarnos a la flora por muchas razones, entre las cuales está la dificultad de registrar a una fauna que prefiere no posar para nuestra cámara.

En este territorio habitan un sinfín de especies animales, muchas de las cuales viven escondidas en profundas madrigueras o construyen sus nidos en alturas inalcanzables. Las aves desde luego se pavonean frente a nuestros ojos conscientes de que su vuelo las mantendrá a salvo de nuestras perversas intenciones, y gracias a ello escuchamos su canto y las vemos revolotear por todos lados, pero su prudencia suele mantenerlas a cierta distancia. Otras especies son aún más precavidas. Eventualmente, durante el recorrido diario, algún conejo atraviesa mi mirada por unos segundos, con una habilidad sorprendente para esconderse entre la maleza protectora. He visto tejones, tuzas, zorrillos, tlacuaches, serpientes, ranas, lagartijas, comadrejas… Hoy en la mañana, una gran tortuga apareció en el estanque. Pero ninguno de ellos está interesado en ser fotografiado.

Las plantas en cambio son más confiadas. Se quedan ahí exhibiendo su esplendor con una vanidad interminable. Por ello es más fácil estudiarlas. El único problema es que hay que ir a ellas.

Y ése era el plan: recorrer los senderos, acercarme, observar, fotografiar, identificar… pero hemos dicho ya innumerables veces que la Naturaleza manda. La combinación de lluvia y ciertos síntomas corporales aconseja una quietud a la que no estoy acostumbrada. Obedeciendo a la escasa prudencia que a su servidora le queda, por unos días la vida transcurrió en el exterior sin mi presencia. Con algo de resignación, permanecí sentada en la terraza, mirando pasar la vida por fuera y los pensamientos por dentro. Quieta y en silencio.


Habituada a una vida un poco más activa, y presionada al igual que el mundo entero por este valor que damos al “hacer”, decidí disfrutar el permiso temporal para simplemente no hacer nada.


ree

Junto al sillón en el que suelo sentarme a observar el jardín hay una enorme pata de elefante que desde hace tiempo alberga una especie de AirB&B aviario. No sabemos quién lo hizo, pero en él hay un nido hermoso que de vez en cuando se encuentra habitado por huevecillos pintorescos y sus celosas madres. Seguramente el nido fue construido aprovechando nuestra ausencia, porque su posición con respecto a nuestra estancia es inusualmente cercana: nuestra presencia normalmente ahuyenta a las ponedoras, haciéndolas abandonar a sus crías nacidas o por nacer, lo que convierte a su casa en un auténtico nido vacío al que pronto nos acostumbramos. Pero la garganta inflamada y la lluvia persistente me obligaron a permanecer sentada a tan solo un par de metros del nido, en silencio e inundada por la paz que produce la quietud. El canto de las aves y los grillos era cada vez más cercano, pero de pronto uno llamó especialmente mi atención.



Ahí estaba, al alcance de mi mano, con su cabeza rojiza, sus alas veteadas y su cola larga, mirándome desafiante y confiada e ignorando el movimiento de mi mano que alcanzó el teléfono y capturó su visita como si hubiera venido a posar para mí.


No permaneció mucho tiempo, pero sí el suficiente para iluminar la tarde y llenar el ambiente de vida fresca. No sé si el nido está habitado, y no quiero asomarme, por miedo a espantar a sus eventuales habitantes, pero guardo en la memoria (y en la cámara) el momento mágico que me regaló un pinzón una tarde lluviosa de principios de este mayo tan inusual (Tuve que pedir ayuda para identificar a mi amigo).


ree

Hoy me pregunto cuántas cosas más no me habré perdido en este constante moverme, buscar, hacer… ¿Cuánta vida habrá querido acercarse a mí, y que yo he ahuyentado con mi falta de paz y aceptación, con mi querer cambiar el mundo y crear lo que muy probablemente alguien hizo ya? Hoy las circunstancias obligan a estarse quieto. Desde luego, tendrá un costo, pero por el momento elijo mirar el beneficio, observar, dejar pasar y esperar… Nadie tiene el futuro asegurado, pero hoy hay un pinzón en mi terraza.

 
 
bottom of page