top of page

Una mañana en el laboratorio

  • 18 may 2021
  • 3 Min. de lectura

ree

Allá en los tiempos en que la vida era en blanco y negro, ingresar a la secundaria implicaba, en mi mente infantil, entrar y salir de un laboratorio de película, vistiendo una bata blanca que me daría un aire de científico misterioso. Hasta que llegó el primer viernes de esa aventura. Nos hicieron memorizar los nombres de una serie de instrumentos que no significaban nada para mí, y después redactar un reporte, es decir, repetir por escrito exactamente lo que había dicho la maestra. ¡Oh desilusión! Lo más divertido que hicimos fue robarnos unos portaobjetos y cubreobjetos para hacer unos móviles de cristal que entonces estaban de muy moda. Me quedó una especie de rechazo al concepto que sólo pude superar cuando mi prima sugirió un día que jugáramos al laboratorio. Guardando celosamente mis reticencias, la seguí hasta la cocina, donde tomó vasos, platos, cucharas y todos los ingredientes que encontró abandonados en las esquinas del refrigerador y la alacena. “Vamos a experimentar”, me dijo, y así lo hicimos. Mis hermanos y mis primos tuvieron entonces que probar leche con chile piquín, cocacola con limón y jugo de naranja con lechuga picada y tres cucharadas de chocolate en polvo. Después de todo, eso del laboratorio no era tan tedioso como parecía.


Pasaron los años, me dediqué a todo menos la ciencia y me olvidé del asunto. Hasta que la lavanda en la Huerta comenzó a crecer y reproducirse, y reproducirse y crecer. Se llenó de abejas, coloreó el paisaje y aromatizó nuestro espacio. ¿Pero qué hacer con ella?


Comenzó entonces la experimentación, en la cocina de la casa, buscando elaborar productos derivados de la mágica flor, como hemos platicado ya en algún blog anterior. Obtuvimos así un aromatizante y un humectante de lavanda, y después de mucho batallar, logramos destilar aceite esencial. Sin darme cuenta, había regresado a jugar al laboratorio, y mi prima estaba en mi mente con cada nueva mezcla. La hortaliza proporciona muchas satisfacciones, pero con trabajo nos alcanza para algo más que la mesa familiar, y había que encontrar la manera de que la huerta fuera sustentable. Como he dicho muchas veces, si el campo diera para vivir como me gusta, todo mundo el en campo viviría como merece, pero desafortunadamente no es así. El trabajo arduo apenas rinde para no morir de hambre.

ree
Primeros experimentos con derivados de lavanda

No todo en la huerta sucede al aire libre. La elaboración de nuestros productos implica largo tiempo bajo techo, mezclando, envasando, etiquetando… y buscando nuevas opciones. El proceso para la obtención de los cuatro productos básicos de lavanda (aceite esencial, humectante, aromatizante y roll-on) ya están razonablemente pulidos, pero la búsqueda de novedades constituye un reto mayor. Para empezar, y después de destrozar varias estufas caseras y el piso de la cocina, descubrimos que necesitábamos un espacio especialmente destinado para este fin. Elegantemente lo llamamos laboratorio, para darle cierta importancia… y porque es un laboratorio. Aquí instalamos los alambiques; lo equipamos con probetas, vasos de precipitados, embudos de separación, matraces y demás cacharros, lo vestimos con una limpísima mesa de acero inoxidable y agregamos una parrilla y un fregadero.


El trabajo habitual en el laboratorio es algo rutinario, pues como decía, las fórmulas básicas ya están definidas, pero esta mañana tocó el turno a la experimentación de nuevas fórmulas. Renovarse o morir, dice el dicho, y dado que la vida parece acercarse a la reactivación, nosotros, que logramos sobrevivir, decidimos renovarnos.


ree

Sobre los resultados hablaré en otro momento. Ahora más bien quisiera compartir el descubrimiento más importante de este ejercicio “científico”, y es que no se parece nada a lo que hacíamos en los laboratorios escolares. El trabajo de laboratorio es más que variado e incluye muchas actividades disfrutables, pues implica la investigación documental que tanto me gusta, trabajo manual, creatividad y método, además de usar una serie de trastecitos diferentes a los de la cocina. Es como jugar a la comidita sin comida. Y después, desde luego, hay que ponerse a escribir. ¡Qué más se puede pedir!


Lo siguiente será producir estas novedades y hacerlas llegar a nuestros amigos, lo que implica estandarizar fórmulas, adquirir insumos y envases, diseñar etiquetas y pensar en formas sencillas y prácticas de distribución. Los retos nunca acaban, por fortuna,


ree
Pronto tendremos nuevas sorpresas para ti






 
 
bottom of page